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La Boca madrileña latió por la Libertadores

Más de cien años de historia: Maradona, Francescoli, Riquelme, Salas, Palermo, la B, el gas pimienta, condensado todo en dos noches de pasión, de descontrol, de sucumbir al amor, de odiar al enemigo. La rivalidad como nunca antes se había visto, la pertenencia a dos sentimientos que xeneizes y millonarios gozan.

Un partido de fútbol que trasciende el fútbol, ciento ochenta minutos en los que no hay nada más importante, ni la vida. Importan el amarillo y azul, o el rojo y blanco. Un latido: Boca o River.

A las 16:00 hora local de Buenos Aires del 11 de noviembre, Argentina tenía paralizado el mundo. En España eran las 20:00, el Disco Pub Gres temblaba igual que la Bombonera, los aficionados se apiñaban como la Doce, y tres hinchas de River se escondían al igual que Gallardo en el Monumental. Cada fin de semana este local de Moncloa reúne a los aficionados de la Peña Boca Juniors en Madrid para bancar a los suyos.

La salvedad, no era un día cualquiera. El asado y la cerveza van y vienen, como siempre, pero el trasfondo es muy distinto. Retumba entre el jolgorio: “Dale, dale alegría a mi corazón, la Copa Libertadores es mi obsesión. Ya lo van a ver, la copa a Madrid vamos a traer”. Es realmente complicado describir un ambiente que no se puede describir, que hay que vivir.

Uno no puede describir qué siente cuando se enamora, se enamora, y punto. Por lo que sea, por la primera vez que pisó la cancha, porque vio al Diego y sus gambetas, a Román en Japón frente al Madrid de los galácticos, a Palermo eliminando a River con media rodilla todavía rota.

Hay enamoramientos como el de Salvatore Segni por unos colores, en una tarde de 1905, lluviosa, en Buenos Aires, que duran para siempre. Este hincha, de hijos genoveses, fue el que introdujo el azul y amarillo en la remera de Boca. Una vez en la vida hay que ir a la Bombonera o al Monumental, mezclarse en el éxtasis, descubrir que el fútbol no es once contra once, es subir y bajar, recibir y golpear, la vida.

Boca es la gente, su gente, la del Disco Pub Gres, que sufre cuando River empieza mejor, cuando Pavón se marcha tocado. La que explota al gritar Ávila el primero frente a la Doce y se hunde a los treinta segundos con el empate de Pratto. Hay un momento de conexión en el que son todos hermanos, guerreros, dispuestos a saltar al Coliseo para batirse en duelo. El Obelisco tan solo a dos pasos.

Las lágrimas empiezan a desbordar algunos rostros con el 2-1 de Benedetto antes del descanso. Sillas por los suelos, hinchas sobre las mesas, pequeños botando sobre la espalda de sus padres. Pura adrenalina, bendito descontrol. Al entre tiempo las gargantas rugen y los tambores retumban.

El segundo tiempo es de fricción, puro fútbol argentino. Cada palmo de la cancha se pelea como si fuera la vida en ello. “Qué falta nos hace Román en el medio” se escucha decir. Tal vez el último diez, tal vez el inicio del fútbol moderno. El último recuerdo de lo que ahora tanto anhelan en La Boca, Riquelme celebra y agarra a Palermo.

La Peña Boca Juniors Madrid vivió la ida de la final de la Libertadores con pasión y orgullo| Fuente: David Castaño.

A mediados de la segunda parte llega el empate, Izquierdoz cabecea una falta en propia puerta y en Madrid los ánimos van poco a poco decayendo. Solo la entrada del Apache Tévez caldea el ambiente. Él es la garra, el coraje, el sentimiento. Las piernas no responden pero nunca deja de intentarlo.

De las botas de Tévez sale la última bala, la dispara Benedetto, pero Armani corta de raíz cualquier atisbo de celebración en el Gres. Pitido final y a decidirlo todo en Núñez. Las caras mustias duran tres minutos, los bosteros se excitan, sueñan con dar la vuelta en el Monumental. Allí no habrá hinchas visitantes, solo gente de River.

Aseguran que no va a hacer falta, gritarán desde Madrid y se les oirá hasta en la Argentina. Si ganan festejarán, como nunca antes; si pierden llorarán, como nunca antes. “Peor es irse a la B, flaco”, el que no se consuela es porque no quiere. “Ché, es solo fútbol” dice una hincha que media hora antes lloraba por el gol de River. Una pasión difícil de controlar en el “madrileño” barrio de La Boca.

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