El barrio menos barrio
Es probable que ya hayan escuchado el manido discurso sobre la desaparición de la cultura de barrio, del pequeño comerciante, del vecino que pide la sal y del bar que acoge los mediodías de los hombres de mediana edad para tomarse una cerveza mientras comentan asuntos de actualidad, sobre todo en ciertas zonas del centro de Madrid. Lo cierto es que yo, como vecino de Chueca desde hace seis años, todos esos argumentos me parecían pobres en contenido, propios de personas que van viendo cómo la edad se les echa encima y ven cómo se va transformando su entorno, inevitablemente, en concordancia a los nuevos tiempos.
En Chueca, las tiendas barriales convivían en armonía con las tiendas de grandes marcas, que generalmente ocupaban locales que acababan de cerrar por un motivo u otro, y ambos comercios ayudaban a crear zonas de consumo que originaron, junto a la recién estrenada identidad LGTB, una segunda milla de oro en pleno centro de Madrid, cuyas baldosas antes habitaban toxicómanos y prostitutas que, lejos de desaparecer, se han trasladado a otras zonas colindantes. Todos crecíamos y todos ganábamos. Bienvenidos al progreso.
Pero, sin demasiada sorpresa, ese nuevo mercado formado por multinacionales y grandes firmas que se ha ido abriendo entre pequeños locales minoristas, los que abastecían a los vecinos, se ha ido comiendo a los segundos en una práctica de canibalismo comercial a la que, desgraciadamente, ya estamos acostumbrados. Ya no hay que irse a grandes centros llenos de tiendas a las afueras de la ciudad: debajo de tu casa tienes un Mcdonald’s, un Carrefour exprés y un Tiger en los mismos sitios donde antes había un restaurante, una tienda de ultramarinos y un todo a cien (con el cartel de ‘todo a cien’, de cuando existían las pesetas).
[sws_pullquote_right] El barrio de Chueca ya no existe. Ya no lo llamemos ‘barrio’, porque no lo es. [/sws_pullquote_right] El último gran ejemplo ha sido el reciente cierre de la ferretería Subero, en la calle Fuencarral 25. En medio de tiendas de ropa como Diesel o Tommy Hilfiger, este comercio lucía orgullosa la placa que el ayuntamiento le colocó en el suelo de la calle por llevar más de cien años en activo. Ahora, este local está a la venta por intermediación de una inmobiliaria especializada en clientes pudientes, mientras que esa ferretería se ha trasladado a la Ronda de Segovia, una de las pocas zonas de esta ciudad que sigue conservando la cultura de barrio. El nuevo inquilino de Fuencarral 25, probablemente alguna importante marca de ropa, seguirá teniendo en su entrada esa placa que recordará para siempre que allí hubo un negocio familiar, que atendía a sus vecinos y que resistió hasta que los hábitos de consumo cambiaron.
El barrio de Chueca ya no existe. Ya no lo llamemos ‘barrio’, porque no lo es. Ahora mismo, ‘Chueca’ es una marca para vender souvenirs, para hacer que se forren las inmobiliarias y para atraer a los turistas y a la burguesía acomodada en una zona que, lejos de aquella libertad que se respiraba por sus calles que fue la que le hizo famosa, ahora se respira liberalismo. Que no es lo mismo.