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El cine busca su futuro

En medio de la crisis del sector, las últimas promociones han sido un éxito para las salas y ejemplifican el apoyo social al séptimo arte. Pontevedra se convirtió este verano en la primera capital de provincia sin salas.

Datos extraídos del INE.

La corriente de la crisis lo lleva casi todo. Al cine, por ejemplo, que lleva cosechando varios años unas cifras raquíticas que no dejan contento a ninguno de los actores que participan en el negocio. Ir hoy a una sala y pagar ocho o nueve euros por una película es un hecho casi heroico cuando se trata de un aficionado medio o bajo –esos que van a las salas como lugar social, sin haber preseleccionado antes el producto–. Con los cinéfilos o casi cinéfilos, la industria lo tiene más sencillo: casi todos prefieren ver a sus actores y a sus directores predilectos a través de la gran pantalla y en la sala oscura, y siguen asistiendo a las proyecciones, aunque a veces el importe de la entrada sea abusivo. Imagino que lo hacen por eso de la magia, de la tradición o del gusto que puede proporcionar ver una película en una sala, ya sea ésta pequeña o grande, que para el caso es casi lo mismo. Pero los otros, por lo menos muchos de ellos, han optado por abandonar el cine o verlo en casa, que desde Internet, con el low cost de la piratería, creen que es bastante menos caro, y no les falta razón.

El hecho es que desde el año 2004 asistieron a los cines españoles 143,9 millones de personas, pero en 2012 solo pasaron 94,2 millones de espectadores, lo que supone casi un descenso del 35% en solo ocho años. Mucha gente ha dejado de acudir, y el problema no es que hayan echado la reja a algunos cines, que también ha ocurrido. El problema, quizás, y solo quizás, está en el modelo de negocio. Y la complicación, por si fuera poca, fue agravada en el mes de septiembre del año 2012 cuando el Gobierno subió el IVA cultural al 21%. A todas luces era un incremento brutal, especialmente porque antes el tipo que se le aplicaba era de 13 puntos menos, solamente del 8%. Había que sanear el déficit y la solución –decía el Gobierno– pasaba por apretar el cinturón.

El cine, que hacía años que se empezaba a acalorar, se vio de la sartén al fuego con la medida impulsada por el ministro de Educación, Cultura y Deporte José Ignacio Wert. La crisis del sector, que desde el año 2005 hasta el ejercicio pasado ha provocado el cierre de 211 cines en España, trajo consigo un sello que recayó en Pontevedra al convertirse, el pasado verano, en la primera capital de provincia sin salas después de que cerraran sus últimos cines, los Vialia.

En esa tesitura oscura sin perspectiva de futuro, como un barco que se hunde y se hunde poco a poco, la Fiesta del Cine agitó el sector. La asistencia masiva a lo largo de España congelando el precio a 2,90 euros durante tres días reavivó el debate del modelo de negocio y muchos ciudadanos aparecieron en las televisiones, en los reportajes de los periódicos o en la información de las radios defendiendo una bajada del precio de la entrada. Un mes después de la ya famosa Fiesta del Cine –es el décimo evento social más buscado en Google durante este año– las empresas exhibidoras, Yelmo y Cinesa, volvieron a abogar por reducir el precio de la entrada a 3,50 euros durante varios días y la medida repitió el éxito.

Ahora las distribuidoras y las exhibidoras ya conocen la fama de este tipo de promociones. De ellas depende abogar por ofertas y convertir al cine en un evento para todos o continuar ensimismadas en un precio que los espectadores han rechazado públicamente. Solo el cine puede decidir su futuro.

Diego Fonseca Rodríguez

Periodista graduado por la Universidad de Santiago de Compostela. Experiencia en prensa impresa, prensa digital y radio. Ahora mismo en la Agencia EFE.

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