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Conversación con una recicladora de comida

 

Mujer comiendo una manzana. Foto: Gabriel S. Delgado, Flickr.

 

Cuando Emilia me contó que recogía la comida que otros tiraban en Madrid, no sé con qué cara la miré. Lo cierto es que de donde vengo, de Ecuador, la gente que recoge comida normalmente son mendigos o indigentes, que los hay como en todas las ciudades, pero tampoco es que se enorgullecen ni lo andan contando a quienes conocen, como lo hizo Emilia una tarde de sábado.

Sin ánimo de justificarse, más bien como un acto reflejo, Emilia enseguida me explico que las cosas acá, en Europa, son diferentes. Los estándares de vida son otros, me dijo, la gente tiene acceso a más cosas, a servicios y cierta calidad de vida, que dista de la calidad de vida que hay en América Latina.

Entonces, prosiguió muy suelta de huesos, a explicarme que esa comodidad a veces ciega: no permite ver ciertas cosas que para nosotros, los latinoamericanos, son evidentes.

-¿Qué cosas?, por ejemplo -pregunté, con un tono capcioso.

Emilia hizo una lista larga, que iba contando con los dedos de la mano.

-Haz notado que en Madrid todos los días hay manifestaciones. Siempre hay gente que reclama por algo. El otro día, escuché a dos hombres quejarse por lo mal que iba el transporte público y porque el metro pasaba cada cuatro minutos. ¡Cuatro minutos! que para ellos era una eternidad.

Me quedé esperando a que siguiera.

-Pues bueno, resulta que con la comida pasa algo parecido: se tiran muchísimos alimentos que están en buen estado y podrían comerse, pero por ciertos estándares de calidad, que acá se manejan, no se pueden vender en los supermercados. ¿Y entonces que hacen? Los tiran a la basura. A mí me parece muy triste que se desperdicie así la comida.

Seguimos la conversación en la banca de un parque en Pueblo Nuevo, el barrio donde vivo hace dos meses y adonde Emilia va a visitar a una pareja de amigos, al menos una vez a la semana.

Emilia lleva en Madrid quince meses. Llegó en un avión desde América Latina para estudiar un posgrado. Lo terminó. Hizo la tesis, que acá le dicen TFM, y quiso quedarse un tiempo extra. Vive en un piso con otras tres chicas que no comparten su estilo de vida, no reciclan.

Los ahorros de Emilia, que no eran muchos tampoco, ya se están acabando. Así que reciclar alimentos es una forma de no gastar dinero, pensé en voz alta, pero ella me explicó que sí, que es una forma, pero que no es la única razón.

Todo empezó en abril de año anterior, me dijo, cuando conoció a unos amigos que lo hacen: todos los días se abastecen de las frutas y verduras que recogen. Le gustó la idea de reciclar, no sólo por economía, siguió Emilia, sino por un tema ideológico, una posición frente a la vida. 

-Al principio sólo reciclaba comida cuando iba a la casa de mis amigos, pero desde hace cuatro meses lo hago sola. La primera vez que fui a reciclar sola, recuerdo que encontré un pollo para la perrita del piso de mis amigos, que es la única que come carne ahí. Y también reciclé muchos tomates. La mayoría de veces se reciclan vegetales, sobre todo tomates, pepinillos, pimientos, cebollas.

-¿Frutas?

Hay muchas manzanas y plátanos, pero eso depende de la temporada en que recicles. Hay gente que recicla mucho pan, yo no lo hago porque evito las harinas. Hay también alimentos que no he reciclado porque no los encuentro o quizá porque no los tiran, porque tienen más tiempo de uso, como la leche. Es decir, las cosas que me toca comprar casi siempre son leche y arroz.

-¿Reciclas sólo lo que tiran de los supermercados?

Por ahora sí. Evito ir al tacho de basura, no por vergüenza, sino porque uno nunca sabe qué se va a encontrar en un contenedor. Voy directo a los lugares que ya conozco, a los supermercados, a pedir lo que van a tirar. En algunos supermercados hay gente con la que ya he hablado, y me han dicho los horarios a los que salen a tirar la comida que no pueden vender.

*Emilia tiene 26 años. Me autorizó a publicar está conversación a cambio de que no pusiera su nombre real ni su apellido. Según cifras del Ministerio de Agricultura de España y la Federación Española de Bancos de Alimentos, “50 mil toneladas de comida fresca de los supermercados acaban en la basura”. Aquella medición se hizo en 2015. Se calcula que cada español desperdicia alrededor de 163 kilos de comida cada año, como se muestra en el siguiente vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=QBvU-e1WyA4

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